Una mirada a la fotografía a través de la lente de Ariel Mendoza

Por: Francisco Ziga

Cuando se piensa en libros generalmente uno se imagina un conjunto de miles y miles de letras que discurren entre páginas construyendo un edificio, pero en este caso “Afromestizos de la Costa de Oaxaca” no es un libro muy común, primero porque los ladrillos no son letras, sino imágenes, fotografías tomadas durante varios años atrás en Collantes, Corralero, El Ciruelo, Estancia Grande, Cerro de la Esperanza, Chacahua y Pinotepa Nacional; por otra parte porque se trata de comunidades afromestizas, es decir gente negra de la Costa de Oaxaca.

Quien ve de entrada el libro descubre que Ariel es un genio que surge no del frotar de una lámpara, sino del disparo del obturador de su cámara. La foto de portada es una joven que carga en hombros a un niño desnudo, en la que no sé que me llama más la atención, si las líneas de los contornos y el brillo de los personajes, la mirada desconfiada del pequeño, los ojos curiosos o la fantástica sonrisa que esboza la joven. El enigma del arte está allí. Ya no importa lo acontecido detenido en la foto; ahora se despliega en alumbramientos y cada instante cobra nuevos significados, abriendo un nuevo mundo a quien lo mira.

Uno descubre algo en cada foto, como en un juego de espejos dispuestos arriba, abajo, atrás adelante, superpuestos; reflejan los múltiples momentos de la vida del Pueblo Negro: las frutas maravillosas de un árbol extraordinario de parota de unos veinte metros de altura que cobija una reunión de comunidades y los protege en sus quejas contra encomenderos, corregidores, jefes políticos, gobernadores o caciques, los mismos que ordenaban en el Huatulco del Siglo XVI la extirpación de los genitales de los cimarrones, la parota los unge en sus anhelos, en sus sueños y en el fortalecimiento de sus estrategias de resistencia, colocando en alto las semillas.

Hay en otra foto un mirar desenfadado de una linda morena que se ha hecho una taca extraordinaria de su pelo ensortijado que le acaricia el hombro y los labios carnosos.

También se revela la mirada adusta de un rey viejo que corona su cabeza y se cubre de satín y lentejuela, como un soberano del África Madre, que mira a su pueblo preocupado, mientras la línea de defensa sonríe y sujeta su machete encubiertado de clase campesina.

No puedo dejar de detenerme frente a las casas de namayutu y de costillas de palma de coco y techos de teja y palma real, mientras que un grupo de Diablos Caramba de Collantes despliegan sus ritmos cadenciosos, teniendo como fondo cocoteros, mangos y las hojas menguadas de los plátanos, necesarias para hacerse tamales de endoco en Todosanto.

Hay una magia aquí, donde la foto es solo el pretexto para incursionar por los mundos de las comunidades y gente negra de la Costa. Nos muestra el horizonte cultural invisibilizado por la historia y la lucha en contra de la trata permanente de los Negros.

12/16/2008

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Acerca de zigga

Hacktivista ambiental. Estudios sobre realidades en Afroindoamérica.
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