Hace algunos días, en la celebración de un taller de planeación municipal donde participaron autoridades municipales, agrarias y líderes locales, todos en la segunda planta del edificio municipal de San Juan Colorado, Jamiltepec, Oaxaca, manteniendo en mano alzada el libro “Juro guardar la Constitución. Cambios, negociación y adaptación, 1820-1876”, mencionaba en voz alta y sin ocultar mi emoción, acerca de lo importante que es la escritura de nuestras historias locales, de su gran valor en la reconstitución de nuestros pueblos y rematé con la propuesta de que todos en nuestras casas deberíamos tener un ejemplar de éste precioso libro, apagar la televisión y disfrutar de su lectura. Horas antes había conseguido el libro, junto con otro de poemas bellísimos, en casa de Rolando, lo había hojeado y, “a vuelo de pájaro”, revisado su contenido prometedor y fina escritura. Una lectura posterior me permite pensarlo como libro fundamental no sólo para entender las relaciones políticas y económicas en el San Juan Colorado del Siglo XIX, sino para alumbrar toda nuestra región y a ayudarnos a abrir ventanas desconocidas, atar cabos sueltos y a tejer historias. El libro trata de una reconstrucción histórica de la comunidad a la luz de los cambios políticos, de las estructuras de representación y administrativas, así como de las formas en que se fue articulando la sociedad nacional y regional con las propias de participación y gobierno indígena; desde la República de Indios, hasta la construcción de estructuras municipales que aún existen. La amplia revisión de archivos históricos que Rolando acometió en su investigación, lo llevan a descubrir en el antiguo San Juan Yocoa -como alguna vez fue denominado- los orígenes de una ceremonia ritual de paso y purificación, el Ndatu, que se constituye como un umbral en el cambio del poder comunal, ritual que aún pervive en las comunidades Ñuu savi. También su lectura devela como lo que se llama “la costumbre” se debe concebir como un producto histórico, de ninguna manera estático. Llama la atención cómo demuestra que en algún momento, la transmisión de los bastones de mando -objetos rituales de poder-, se realizaban en Jamiltepec y, por el cambio de las relaciones políticas, se trasladan a la intimidad de los pueblos. Esta visión de la comunidad como una gran familia para los indígenas, donde el presidente es como un padre y los “hijos del pueblo” son sus integrantes, no deja de sorprender y poner en cuestionamiento las actuales formas deshumanizadas de representación. Todo este viaje, donde los Ra tsa’un: “los que han crecido” (p. 82), hablan desde la memoria recuperada, es un recuento e historia de la resistencia, del modo en que los indígenas de la región diseñan sus propias estrategias para sobrevivir y sus formas de acoplarse a los cambios administrativos y legales, de manera que “la costumbre”, más que un conjunto de prácticas reiteradas una y otra vez, es una estrategia de su “estar en el mundo”, construcción social que tiene muchas implicaciones en cuanto a las formas de pensar el tiempo. También nos muestra como dentro de las ontologías mesoamericanas, las entidades humano-mitológicas cobran agencia y poder, como es el caso de los Ndosos, los cuales, entre otras cosas, no permitían que los mestizos se asentaran en la población (p. 119). La agencia es tal, que se atribuye a un Ndoso, según la versión de mi amigo Victorio Santiago, la fundación de Ñuu Yokua’a. En la lectura de “Juro guardar la Constitución”, es posible ubicar, desde el oscuro Siglo XIX, apellidos de gobernadores, apoderados, influyentes, que vivían en Jamiltepec y Pinotepa, cuyos rastros siguen reiterándose en la infamia del Porfiriato y acaso hasta la actualidad. Comprender la estructura de poder regional pasa por revisar la forma en cómo se ha ido construyendo el sistema inicuo de relaciones, donde una de las formas más extremas de violencia es la invisibilidad, como cuando se declara, desde la visión liberal, que “…los indios ya no debían de existir” (p. 112), tal y como he escuchado decir en la actualidad. El 11 de septiembre de 1852, las autoridades municipales y ancianos de la comunidad deciden rentar por siete años los terrenos de San Juan Colorado, por una paga de 60 pesos anuales, contrato que correría a partir del 1 de enero de 1853. Sin embargo, tres años después se atraviesa la siniestra Ley Lerdo, mediante la que se expropia despiadadamente a los indígenas de sus territorios ancestrales. Es así como el arrendatario Manuel María Fagoaga, en un abrir y cerrar de ojos, se adjudica las tierras por un lapso de 29 años, es decir, poco más de lo que comprende una generación humana. En 1886 las tierras son vendidas a Plaza y Martín de Pinotepa de Don Luis, en 1887 se traspasan a Manuel Santibáñes y luego a Dámaso Gómez (p. 109), otro personaje siniestro que se apodera de una gran extensión territorial comprendida entre los Ríos La Arena y el Verde, y desde la lengua oceánica hasta Ixtayutla. En toda la trama que construye Rolando, ocupa un lugar central un personaje llamado Antonio García de los Reyes, quien, con su astucia, “pudo obtener ayuda de los dos mundos”. Las quejas de autoridades y pobladores son constantes respecto a ésta persona. Las autoridades se quejan de desplantes en su contra. Y así, es nombrado en 1858 como primer presidente municipal, luego en 1861, y hacia 1876 por tercera ocasión (p. 121 y ss). Es decir, la presidencia municipal nace como una estructura que viene derivada de un poder no controlado por la colectividad. En este proceso hay una persona clave, que es Ursulino Parada, quien para 1951 era Gobernador Departamental en Jamiltepec (p. 154). Si tomamos en cuenta que para 1864, Parada le vende fraudulentamente los terrenos de Siniyuvi a García de los Reyes, tenemos una relación clave que ya ha durado varios años: Don Ursulino con los poderes regionales y García de los Reyes controlando la comunidad y sembrando el miedo en San Juan Colorado. Esta relación de poder le sirve a García para actuar en impunidad. Cuando un grupo de ancianos y ciudadanos acusa a García de fraude por malos manejos de fondos comunitarios, es defendido por Bruno Valladolid ante el Juez de Jamiltepec. Al final, varios “hijos del pueblo” son encarcelados por oponerse a los poderes local y regional (p. 149 y ss). Es así como se entretejen las relaciones de poder, donde la estructuración de los controles locales comunitarios no pueden entenderse más que en su articulación con el orden regional. El Estado nace así, asegurando el control de hombres y territorios, mediante correas de transmisión que son vigentes hasta la actualidad. Rolando ha echado a volar, desde 2013, este libro con alas, y ya ha tomado altura. Esta es una invitación para volar esas alturas y presentizar las historias que nos Rola. Huaxpaltepec, Oaxaca.
Agosto 2014.
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