Por: Francisco Ziga
A finales de 2008 me topé con un libro titulado “Olvídame después” de Tomás Serrano Coronado (Ixcapa, Oaxaca. 1953) que recién había presentado el autor en su pueblo natal, con los comentarios de Cuauhtémoc Peña de mismo Ixcapa, y de otros escritores locales. Me bebí el libro de un sorbo y lo que francamente se me olvidó fue la primera impresión a partir de su título, con toda seguridad derivado de una canción de Álvaro Carrillo.
El libro resulta ser una serie de historias locales de personajes y anécdotas bien contadas que sin duda pueden reiterarse en cualquier pueblo de la Costa Chica. Eso hace que conforme avanza la lectura, el texto cobra vida en algún personaje cercano de nuestra comunidad y uno se va imaginando esos submundos particulares que dieron sostén a lo que nos va desgranando el Ixcapeño amigo Tomás, porque desde el principio haz de cuenta que uno conversa con un amigo de varios años.
Todas las historias de Tomás dejan un sabor a las esencias de nuestros pueblos: del olor de la tierra mojada de la primera lluvia, de las hierbas oloríferas de Tindayo, Yuva tiñ+’+ y de Chuchuca estropeadas por nuestros pies en la vereda, de tortillas de maíz nuevo recién salidas del comal, del suero de la leche que pronto será requesón, de las desesperanzas de sus habitantes pero también del gozo exultante del Carnaval y del fandango.
A mí me llamo intensamente la atención la cuarta historia, que el autor llama Una querida pa’ mi papá porque de manera genial perfila, en una conversación entre Tía Chota, Joncho y su sobrina, los estilos lingüísticos prevalecientes aún en muchos de nuestros pueblos. He pensado, a partir de esta conversación plasmada por Serrano, que no se puede entender un pueblo sin escuchar detenidamente su lenguaje, sus inflexiones, las palabras tan propias de cada subregión y en el caso de los pueblos de la Costa, el desenfado, la franqueza, las afirmaciones fuera del sí común, la chispa inmediata recurrente que se deriva de la cotidianidad, el lenguaje cortado y de figuras retóricas que rayan en lo inimaginable.
Así se funda a cada instante nuestro pueblo y su gente, a través del lenguaje siguiendo a Heidegger, aunque no solo del hablado. También he pensado que no todo el espacio de nuestra existencia está surcado de poder y que en estos tratos hay otros tipos de relaciones que la comunidad enseña. Por eso hay que observar cada inflexión, cada respuesta, las formas expresivas que no tienen que ver con la dominación y que tal vez reflejen un juego libre, distinto, propio de nuestra cultura o de nuestras varias pendientes culturales coexistentes en la Costa Chica.
Olvídame después es un libro que todos deberíamos de leer y estar en cada uno nuestros hogares, sirviendo de lección a nuestros hijos, siendo leído por ellos para que los abuelos se escuchen a sí mismos, para que se fortalezca nuestra historia oral, para valorar a los personajes de nuestros pueblos y oponernos desde lo nuestro, a la avasallante y estúpida influencia de la televisión comercial, desmitificando su mundo de falsedades. Olvídame después es para no olvidarnos de nosotros mismos.
1/14/2009
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