Francisco Ziga.
Nuestra región se puede imaginar como un conjunto de diversidades en varios sentidos. En términos geográficos no es muy difícil percibir las diferentes condiciones fisiográficas propias del territorio de la Costa Chica, siendo varios los factores que la determinan, dentro de las cuales uno sumamente importante es el de la altitud.
En la proximidad del Océano Pacífico encontramos la condición de planicie costera, denominada comúnmente “los bajos”, donde se desarrollan cultivos como el cocotero, papaya y ganadería semiextensiva; enseguida o alternando el paisaje se encuentran los lomeríos suaves y fuertes, con cultivos anuales de subsistencia y procesos ganaderos en pequeña o mediana escala; por el lado limítrofe con el Estado de Guerrero, lo que se llama “La Llanada” que, junto con áreas de escasa pendiente del interior conforman una condición especial denominada “sabana”, donde es importante la ganadería y cultivos anuales; un área significativa de pié de monte con vegetación siempre verde y desarrollo de procesos de producción de café y en menor proporción piña y naranja y, por arriba de los mil metros sobre el nivel del mar, algunos parteaguas de las cuencas de los ríos de La Arena y del Verde, con presencia de bosques de pino-encino que actúan como zona de recarga de agua dentro de las cuencas; condiciones van creando determinados “pisos ecológicos” que interactúan entre sí y conforman nuestro entramado paisajístico regional. Estas conformaciones regionales no son solo naturales, sino producto histórico social de intervenciones de los actores locales.
Podemos dividir también la agricultura regional en determinados etapas en las que funcionan ciertos “parteaguas”. Creo que es posible pensar, en ese orden de ideas y atendiendo al manejo de los procesos productivos agrícolas, la relación con el cuidado del medio ambiente y la calidad de los productos obtenidos, en un “antes” y “después” de que en la región se han iniciado el desarrollo de procesos agrícolas de producción orgánica, es decir aquella en la que se han dejado de utilizar productos tóxicos para la salud de las plantas, del hombre y del ambiente en general.
Todo inicia a principios de la década de los noventa con la incubación de organizaciones de pequeños productores indígenas. A instancias de iniciativas campesinas locales y con el apoyo de grupos civiles y gubernamentales, emerge lo que después desembocaría en la Unión de Ejidos cafetaleros “Zona Costa” con sede en San Agustín Chayuco y la Unión de Productores de miel “Flor de Campanilla” con sede en Huaxpaltepec, Oaxaca. Estas organizaciones abordan los procesos de producción orgánica desde mediados de la década de los noventa del siglo pasado y se van constituyendo como el buen espejo de lo deseable en el terreno del manejo sustentable de sus procesos primarios y de la apropiación de la fase de comercialización de sus productos.
En esta tarea han sido fundamentales las nuevas relaciones establecidas entre los campesinos y las agencias externas a la región, como es el caso de las redes estatales y nacionales de productores, las agencias de certificación orgánica de los procesos de producción, así como las agencias internacionales de mercado justo y financiación. Estas nuevas relaciones no lineales han abierto nuevas oportunidades para los productores, despertando sinergias desconocidas en años anteriores y que pasan a formar parte del capital social relacional de los pequeños productores de la región.
Sin embargo las perspectivas abiertas pasan también por procesos de reflexión social en donde se ubica que lo buscado por estas organizaciones económicas no solo se encuentra fuera de las fronteras nacionales, hoy desdibujadas por los procesos de globalización, sino que la “justeza del mercado” es la que se encuentra en nuestra región misma, porque la buscada sustentabilidad exige brindar productos sanos a nuestra población costeña, más aún cuando lo que nos viene de los mercados externos es de dudable procedencia, de precios elevados y nos liga con las grandes cadenas agroalimentarias, las cuales se quedan con el valor primario producido por los campesinos. Los nuevos proyectos que se están manejando por las organizaciones en el sentido de acceder convenientemente al mercado local y regional van en ese sentido; pero eso exige la conciencia de los consumidores para que al degustar una taza de café o al endulzar nuestros alimentos con miel orgánica obtenidos de las explotaciones locales, seamos sabidos de que estamos contribuyendo al cuidado del medio ambiente y al mejoramiento de los niveles de ingreso de la población regional.
Ojalá que este sueño de muchos habitantes de nuestra región se cristalice en un mayor número de especies alimenticias producidas sustentablemente y, rompiendo con la promesa eterna del desarrollo, constituirnos como seres responsables con nuestro entorno, con nuestros semejantes y con nosotros mismos.
Publicado en: Opinión. Pinotepa Nacional, Oaxaca, 2 de febrero 2008. p.5
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