Por: Francisco Ziga
Cuando uno hace referencia a las abejas, de inmediato la mente remite a los aguijones de las voladoras africanizadas y agresivas que conocemos comúnmente y cuya miel disfrutamos. Sin embargo olvidamos de manera imperdonable la extraordinaria cantidad de abejas existentes; sobre todo hacemos de lado a las abejitas del monte que de por sí nos han proporcionado un remedio y alimento esencial en toda Mesoamérica: la miel de Castilla o Miel de palo. Pero para fortuna nuestra, se acaba de publicar en este 2018 un libro extraordinario para todos los oaxaqueños y para el país: Las abejas sin aguijón y su cultivo en Oaxaca, México, resultado de las extraordinarias investigaciones de Noemi Arnold, Raquel Zepeda, Marco Vásquez y Miriam Aldasoro, bajo el sello de El Colegio de la Frontera Sur y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad. Y es que los estudios biológicos reportan 46 especies de abejas sin aguijón -los antófilos, lo que aman las flores, nos dicen- de los cuales 35 existen en Oaxaca, siendo el estado con el mayor número de especies a nivel nacional. Los autores nos van conduciendo en el conocimiento extraordinario de su taxonomía, de su morfología, de las partes que componen la colmena y de su importancia sin discusión para la alimentación humana, pues un tercio de los alimentos producidos dependen de la polinización animal. Los inicios de la meliponicultura se remonta, nos ilustran, a los dos a tres mil años en Yucatán, lo que se sabe partir de informes antiguos en el Códice Madrid o Tro-Cortesiano, que pone en evidencia el alcance tecnológico de la cultura maya, en consonancia con otros campos del conocimiento como las matemáticas, la astronomía y sus nociones extraordinarias del tiempo. Así muestran la relación establecida con estos seres sagrados que conectan al pueblo maya con la divinidad. Esta relación se mantiene hasta ahora, porque los pueblos indígenas ritualizan todo, sacralizan todo. Los autores nos hablan también de los productos de la colmena y cómo resulta cada cosa. ¿Sabía usted que la miel se produce en el estómago de las abejitas donde se mezcla el néctar de las flores del monte con las enzimas de su cuerpo? ¿Que la cera que producen es mezcla de secreciones de su cuerpo con resinas de plantas? ¿Que el polen al ser fuente de proteínas, carbohidratos, enzimas y minerales es esencial para la vida de las abejas? ¿Sabía que quien puede ver las abejitas de monte es persona que tiene suerte? Los autores nos proponen que en la recuperación de la meliponicultura es necesario un despliegue de interacción intercultural, pues hay que conocer y compartir conocimiento sobre la biología de las especies, sus hábitos, los árboles de nidificación y las especies melíferas y poliníferas, mejorar el entorno de las abejas y de nosotros mismos, diversificar las especies aprovechadas, aprender a realizar cosechas moderadas pensando también en ellas, diseñar esquemas propios de comercialización locales e impulsar políticas públicas que promuevan la valorización de las abejas; en una palabra, “ … conciencia, pasión y amor por las abejas sin aguijón”. Hace tiempo pensaba en las meliponas como algo lejano. Mi amigo Raúl Zapata Cauich, en su tesis de Maestría en Ciencias en Desarollo Rural Regional (Chapingo 1999-2001) sobre la apicultura en Yucatán, nos hablaba de ellas y su cultivo prehispánico y actual; pero el libro que hoy comentamos nos pone en tierra y en cercanía con estas abejas a quien, como relatan los autores, debemos mucho. Mi madre, Petra Gabriel, que siempre me contaba historias de su vida en los Bajos de Coyula, me decía, recreo esa escena siempre, que su tía tenía abejas en ollas, en cántaros, allá por la mitad tropical del siglo XX. También nos decía que quien tenía abejas, debería conservar la paz en su hogar, porque “si había pleito, se iban”. De manera extraordinaria encuentro la misma versión que de otros lugares del estado han recogido los autores. El libro muestra algo muy profundo: la relación sacralizada de las culturas originarias con el entorno, con la vida animada e inanimada, la cual tiene agencia. Si una abeja nos produce suerte, tiene agencia sobre nosotros. La abeja actúa sobre nosotros imponiendo un control social, porque en la relación con ellas, tiene parte también la relación con nuestros semejantes, nos impone la paz, la tolerancia, la comprensión. No sólo expande el presente en la co-habitación con el mundo, sino que nos obliga a abrir la historia lejana de nuestra relación con ellas; también prefigura el futuro, puesto que la vida posterior depende de ellas y nos-otros.
9/22/2022
Francisco Ziga, Dr. México 2012. Licencia Creative Commons 2.5 México. Atribución, No comercial, Compartir igual. ¡¡¡USA SOFTWARE LIBRE!!!