(Eugenio Aguirre, 2009. Editorial Planeta. México. 493 pp)
He tenido el deleite, durante la última semana de enero del 2012, de leer un fabuloso libro titulado Hidalgo, a cuyo autor, Eugenio Aguirre, había conocido ya desde hace algunos años a través de su tinta, que, vaciada en las formidables páginas de Gonzalo Guerrero, recrea la increíble historia del español que, naufragado en 1511 en el Golfo de México, llega como esclavo a la zona maya y es asimilado, integrándose a esa gran civilización. Aquí realiza el primer mestizaje al casarse con Ix Chel Cam, con quien procrea hijos. Aguirre afirma que reconocer ese primer mestizaje -antes que el dado por Cortés y la Malinche- nos hace ver a los mexicanos, no como resultado de un “mal nacimiento”, sino de la mezcla del amor y el reconocimiento, por un español, de la grandeza de una cultura originaria. La vida de Gonzalo Guerrero acaba, según los registos históricos, en Centroamérica, luchando al lado de los mayas, defendiendo la cultura de su progenie.
Con motivo de la presentación de Hidalgo -cuyo subtítulo en portada es Entre la virtud y el vicio-, el año pasado, el autor fue invitado al Departamento de Sociología Rural de la Universidad Autónoma Chapingo, donde tuve la fortuna de estrechar su mano, escuchar atinados comentarios y hacer patente mi admiración y reconocimiento por la prodigiosidad de su pluma y las extraordinarias, increíbles y asombrosas historias plasmadas tanto en Hidalgo como en Gonzalo Guerrero.
Y como nada es “cosa simple”, “culturas simples” o “modos simples de ser”, Eugenio en su efecto de “desnudamiento del ser” o «socavamiento de lo pseudoconcreto» a decir de Karel Kosík, nos propone unas historias donde los héroes adoptan su estatus de gente común y la gente del común se destaca por su heroicidad.
Pa’ empezar, al cura Hidalgo, cuyo nombre completo es el de Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla, se le reconocen los dotes de hombre bien letrado, con el dominio de las lenguas europeas y originarias como el nahua y el otomí, de una capacidad intelectual y argumentativa sorprendentes, por las cuales llegó a ser rector del Colegio de San Nicolás, en Valladolid, hoy Morelia Michoacán. Hidalgo también, nos cuenta Aguirre, se destacaba por ser hombre polémico, pues al cultivo de su espíritu, le acompañaba la acción por el bienestar de los pobres e indígenas allí donde sirvió de párroco, al establecer talleres de artes y oficios así como el desarrollo de las buenas prácticas en la agricultura. También se destaca en el libro algo que no podría deja de hacer Aguirre: el carácter alegre y humano del Padre de la Patria, donde se colocan su gusto por la fiesta brava, los juegos de azar, el vino y las mujeres. Como dice Aguirre, la idea creada del viejito calvo, buenagente y de alma inmaculada, se derrumba cuando se ve al hombre que tuvo la osadía y el valor de lanzarse como caudillo de la guerra de independencia de México para liberar a sus habitantes sujetos y sometidos a España por cerca de trecientos años.
La lectura del libro nos coloca, entreveradamente, de los pasajes más sorprendentes, por lo que más complejos, en la apertura epocal donde se combinan las situaciones de sojuzgamiento de las castas en la Nueva España, a los conflictos entre la nobleza española y las tensiones existentes en las naciones ultramarinas, que fueron abonando poco a poco el alzamiento popular que marca el orto de la nación mexicana para celebrar la primera “fiesta común” a decir de Enrique Florescano.
Las lecciones que podemos extraer en el libro no sólo se constriñen al conocimiento de las historias forjadas en el movimiento de independencia alrededor de la figura de Hidaldo, sino que nos propone un abordaje sumamente interesante en el ejercicio de construcción de la realidad, cuando afirma, en la página 61, que lo que llamamos “realidad” es como un calidoscopio, donde la variación de un enfoque de los acontecimientos observados hará que se generen apreciaciones muy particulares, las cuales sin duda enriquecen dicho universo. Esta consideración, que se mueve ciertamente en desmentidos que Hidalgo hace en voz de Aguirre, hace que la noción de verdad sea puesta entrecomillas.
Me han llamado la atención, en este asunto de la faceta libertina del Padre de la Patria, algunos pasajes llenos de voluptuosidades, como cuando describe, de manera formidable, los atributos de Dulce María de Los Remedios, de esbelto cuerpo y cintura angosta y de los desenfrenos que iban a parar hasta la celda de Hidalgo; la exuberancia y aliento que provocaba en él la figura de Doña Josefa, su mujer; o de las apreciaciones libidinosas acerca de la sensualidad y carnes de la mismísima Doña Josefa Ortíz de Dominguez. También es digno de mencionar el carácter sarcástico y ácido utilizado por Hidalgo, como cuando al referirse a los curas realistas utiliza el término ¡za-cerdotes! a manera de injuria inclemente hacia un posicionamiento alejado del discurso del “bien”.
El libro es como un río. Al río crecido del empuje, la valentía, el arrojo y la lujuria de Hidalgo, le sigue su abalanzamiento en la lucha independentista, para acabar, como un río que se entrega irremisiblemente al océano, en perderse tanto por los errores estratégicos de los insurgentes, como por las traiciones en que se consumió el final de la vida del primer levantamiento del siglo XIX mexicano. En los últimos capítulos uno siente cómo se va apagando la flama de Hidalgo -el lector se va consumiendo a la vez que la lectura-, pero para resurgir más adelante en quienes continuarían con la lucha.
Hidalgo nos muestra de manera tan precisa como amplia, la dialéctica entre el individuo y su tiempo, el destino histórico que se va conformando entre las circunstancias y las decisiones, la forma en cómo el tiempo se va anudando en el presente, tanto en reiteraciones del pasado vivo, como en las prefiguraciones que del futuro se van creando en el presente. Es una obra que todos debemos conocer, puesto que como dice José Emilio Pacheco, existe una estrecha relación entre lectura, lenguaje y pensamiento, útiles para diseñar, conociendo nuestra historia, los mejores derroteros de nuestro país, ante el saqueo y colapso a que la han sometido quienes, como en los tiempos de Hidalgo, pretenden seguir dominando la nación.
Costa Chica de Oaxaca, a 28 de enero del 2012
Licencia JF Ziga 2023. Creative Commons. Creative Commons-BY-SA 4.0 Internacional