Fiesta del 6 de agosto en Huaxpaltepec, Oaxaca

Por: Francisco Ziga

jfziga@yahoo.com.mx

Es el 4 de agosto a las 5 de la tarde y las autoridades agrarias de la comunidad van a traer el torito de lumbre a la casa del cohetero. Una comitiva integrada por el Comisariado de los Bienes Comunales se juntan en su oficina y hacen tiempo a que lleguen los músicos de flauta y tambor, de allí parten hacia donde los espera el torito. Después de arreglado el asunto pecuniario, inicia la partida hacia la casa del Presidente de los Bienes Comunales. Van bailando el animal pirotécnico por algunas calles del pueblo hasta llegar a su domicilio. Allí se ofrece comida y se sigue bailando el toro hasta bien entrada la noche. Después descansan, mañana será de gran tarea para todos.

Así como ellos, en otros domicilios la actividad de preparación de la fiesta los moviliza: en la casa del mayordomo, a quienes tienen alguna promesa, quienes recibirán gente que viene de los pueblos, a las autoridades municipales, las de la iglesia, a los mandones y mayordomos.

En la víspera, el día 5, se inicia con el Rosario. Sin intervención de autoridad eclesiástica alguna, el conjunto de mandones, el rezandero, el cabildo completo y las autoridades comunales se han reunido en la iglesia, después de las tres llamadas con las campanas que se complementan con los cohetes. El rezandero cantando en primera voz, otra masculina y algunas mas, femeninas, haciendo segunda, llaman a los asistentes a responder las plegarias. Para ese momento todos los corredores de la iglesia están ya ocupados. Por aquí, los puestos de rosarios y “milagros”, que son como insignias de corazones, brazos, animales, casas, mujeres, niños, todos de latón, pues al santo, aparte de las plegarias, se les deben de colgar cosas materiales; más allá, los montones de imágenes, santos y vírgenes. Un morenito de unos tres años se ha despertado y le habla a quien parece ser su madre. En la puerta de la iglesia duermen tres personas, una niña dentro de ellas, apenas tapada por una pequeña sábana y un conjunto de frescas flores en espera de quien se las quiera ofrecer al Cristo Negro, al “moreno”.

Termina el Rosario y vienen tres bombas, una tras de otra. Luego el Toque de Alba, conjunto de piezas musicales arrancando con las mañanitas, algunos pasodobles y chilenas que interpreta la orquesta que ha llegado desde ayer desde Santa María Yosocani. Una organización de taxistas del pueblo ofrece a todos los asistentes café y pozole. Lo hacen desde hace algunos años que tienen sus unidades de transporte.

Sobreviene una tregua para algunos que se retiran a sus domicilios; para otros continúa la faena, como es el caso de las mujeres viudas que preparan las tortillas y el caldo desde la mañana, de los hombres-mandones que coordinan la elaboración del caldo, de los topiles y demás ayudantes que apoyan con las tareas más duras de la cocina común de la fiesta.

Antes de mediodía inicia la llegada de las representaciones de los diferentes pueblos vecinos. Desde Santiago Tetepec ha llegado el Presidente Municipal, acompañándose de un torito de lumbre y una banda musical; de San Juan Colorado las autoridades municipales también han traído un torito; los de Rancho Viejo en voz de un mandón agradecen la recepción en nombre de todos los santos y vírgenes del firmamento, entrega al mandón de la fiesta de Huaspala, 10 botellas de aguardiente y 10 cajas de cigarros, un torito de petate que en un costado dice RANCHO VIEJO con letras mayúsculas impresas en computadora; Huazolotitlán y Comaltepec también se hacen presentes con sus respectivos grupos de mandones y obsequios; un mandón de Pinotepa de Don Luis, formando parte principal del cortejo, enuncia un discurso de llegada ante las autoridades de Huaxpaltepec, parlamento que acompaña con una finísima gesticulación de sus manos, que hablan más que sus palabras; Jamiltepec llega por la tarde, a quienes las autoridades locales van a recibir al levante del pueblo, según la tradición, y son el Presidente Municipal, Síndico, mandones y trabajadores municipales, quienes hacen el recorrido por algunas calles del pueblo para llegar hasta la iglesia, donde pasan a dictar plegarias ante el Cristo negro en esta fiesta de su transfiguración, que en realidad es eso, porque yo creo que como que se vuelve pueblo.

En lo que transcurre la recepción de las delegaciones, unas gentes allegadas a las autoridades municipales se preocupan por la instalación del palo encebado, desde la preparación del hoyo en el suelo, la compra de los obsequios que se colgarán de lo más alto, de untarle el sebo de las cinco vacas sacrificadas para la fiesta, subirlo y enterrarlo, mientras entre bromas comentan sus dudas respecto a si habrá alguien con la suficiente valentía para trepar el palo, cuando su altura supera la azotea de la planta alta del edificio municipal.

Hay otra celebración en el marco de la fiesta, que de promesa, cumplida hoy por una persona que habiendo emprendido un largo viaje hacia un país vecino, le ha traído al santo sus agradecimientos: un castillo pirotécnico, tres toritos de lumbre, dos monas, una vaca que dará de comer a familiares y amigos y organizado a un grupo de damas, entre niñas, jóvenes, madres y gente mayor, ataviadas con trajes regionales, quienes forman el corazón de una calenda. Las mujeres bailan en círculo, llevando en sus cabezas, canastas de flores. Invitan a los hombres a integrarse al gran círculo y bailar las Chilenas llevando también las canastas sobre sus cabezas. La calenda llega al palacio municipal, donde se posesiona esa indescriptible algarabía que caracteriza a nuestra gente. Las autoridades pasarán a bailar a esta especie de círculo de la fertilidad que se hace acompañar de una orquesta de viento de Santa María Huazolotitlán.

Como la fiesta tiene para todos, al atardecer se realiza un jaripeo de paga con la promesa de traer buenos toros de las mejores ganaderías de la región. Se trata de un torneo de toros con un premio de quince mil pesos para el primer lugar y otros de menor cuantía para el segundo y tercero. Acompaña con sus corridos y chilenas la Banda Herradura de Oro, de San Pedro Tututepec, Oaxaca.

Por la noche los primeros cohetes de los toritos de lumbre llaman a la gente a arremolinarse enfrente de la iglesia católica. Primero desatan los toritos con su parafernalia de luces y estruendosas explosiones, que equivocan la trayectoria yéndose a estampar por entre los pies de la gente que, atemorizada, se revisan por si alguna astilla de los cohetones habrá perforado sus vestiduras. A alguien le ha estallado el cohete cerca de una de sus manos, brotando sangre y dejando al descubierto sus tejidos internos. Vienen luego las “monas” y los “guajolotes” traídos desde Miahuatlán. Al punto prende lumbre el castillo hecho por artesanos locales, al término del cual deja desplegar un manto con un dibujo de Tata Chú, que hace emitir una expresión de asombro y júbilo a varios de los asistentes. El otro castillo, de dimensiones impresionantes por su estructura y enorme tamaño de las figuras, deja ver palomas encendidas, copas, flores multicolores, una cruz esvástica, que provocan una densa ola de humo resultado de la combustión de la pólvora mezclada con los plásticos que la protegen de la lluvia, que amenazaba con precipitarse. Yo creo que es este momento que es como lo más álgido de la fiesta. Representa el fin del día de víspera y el inicio del “mero día”.

Hay otro espacio, el de los “chachacuasles”, con sus carpas y paredes de plástico, con sus grupos de hombres que conversan sobre sus vidas cotidianas y sus problemas, de los jóvenes atraídos por la sensualidad del baile femenino, con sus mujeres venidas de quien sabe que lugares, arrastrando historias de desamores y cargando sobre sus hombros las necesidades materiales, que obligan a mostrar sus cuerpos con escasas indumentarias para abrir sus sensualidades.

Se anuncia para el siguiente día un jaripeo de entrada libre con concurso de jinetes montadores, con la participación de la Banda San Juan Bautista de San Juan Jicayán, Oaxaca. Han llegado en esa tarde los presidentes municipales de Tututepec y Huazolotitlán. La fiesta discurre entre porrazos de los jinetes, golpear de botellas de cervezas al decir salud, expresiones de asombro del público y chilenas de la banda que hacen zapatear a las morenas hermosas de cuerpos maravillosos venidas de los bajos.

Y la fiesta se va diluyendo entre los puestos de artículos venidos desde China y Korea, dulces exóticos y juegos mecánicos que atraen a niños y adultos, entre paseantes que tienen que regresar a sus pueblos después de visitar a Tata Chú, el Cristo Negro de Huaxpaltepec, con la promesa de regresar al año siguiente para agradecer el favor realizado o para cumplir la promesa de visitar por siete años el santuario que en estas fechas se vuelve nodo de la región ritual y cultural, que por la riqueza en expresiones nos deja maravillados.

Cabeza de iguana, agosto del 2008.

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Acerca de zigga

Hacktivista ambiental. Estudios sobre realidades en Afroindoamérica.
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