Por: Francisco Ziga (jfziga@yahoo.com.mx)
Era el veintinueve de junio rayando las diez de la mañana cuando llegamos a la casa del nuevo Capitán de San Juan, en Huaspala. Él había recibido ya la bandera el veinticuatro en el arroyo después de consumido el comestible ritual consistente en tamales sobre una alfombra verde de hojas de palmas de coco, les había deslizado la bandera roja sobre las cabezas de cada uno de los asistentes al rito y había bailado en las calles del pueblo acompañado del cajón, guitarra y violín. Allí se había iniciado en la hermandad que reúne en todos los años a sus integrantes.
La noche anterior se había desgranado entre el baile de fandango y la elaboración de los tamales que se repartirían ese día y un asunto se prefiguraba bajo el retumbo del palmeo sobre el cajón y de los puños que me encargaba de percutir a destiempo.
-“Tócate El Zanate Pedro. Ráscale a la cuerda sobre el diapasón”.
-“No, El Zanate se toca a las tres de la mañana o a las tres de la tarde”, dijo señalando con la mano la posición del sol pasado el mediodía. “Ai te va El Chocolate”.
La fiesta fluye hasta que llega la próxima Topila. El mandón de la fiesta, Tata Loy, le ha mandado llamar y frente a la bandera le comunica que la hermandad la ha elegido para que sea la Topila del próximo año. Ella rehúsa, como que no quiere, argumenta que no tiene tiempo, pero al final acepta el nuevo encargo. Lo impresionante viene después, por lo fuera de lo común.
Se han repartido los tamales y una a una van llegando al altar de la bandera las mujeres de los capitanes anteriores y hacen un círculo. Luego el mandón principal comenta en lengua Ñuu Savi la aceptación de la nueva Topila para la fiesta del próximo año y frente a todos refiere sus obligaciones ante la hermandad. Las mujeres asientan en coro. Después dice que él lleva ya varios años como Mandón de la fiesta; pone a consideración del círculo femenino si desean el cambio y menciona a dos o tres candidatos, a lo cual las mujeres, en voces de las mandonas y del coro conjunto, afirman que quieren que continúe con la dirección de la costumbre. Los hombres, capitanes anteriores, músicos y autoridades tradicionales solo escuchan, no opinan. Esto es decir que son las mujeres quienes tienen en sus manos la definición de quien es el Tatamandón de la próxima fiesta. Son las mujeres quienes cargan la bandera de ida hacia el arroyo y de vuelta hacia el Palacio Municipal, en cuyo corredor se hace el fandango, posesionándose ritualmente en el espacio civil y de poder que representa. Marcan con su intervención del veintinueve, el destino de una fiesta, e inciden de esta manera en el sistema de cargos tradicionales de la comunidad. Después de los coros bien el fandango.
También es decir que la idea de la mujer indígena oprimida por el látigo masculino, se derrumba cuando menos en el espacio ritual. Habría que ver que derivaciones tiene esta práctica de decisión, tan fuera de lo común para las sociedades autollamadas democráticas.
7/24/2008
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