Por: Francisco Ziga
El martes 6 de abril del 2004, en el marco de un homenaje al compositor Félix Sumano en Santa María Huazolotitlán Oaxaca, tuve el gusto de conocer y escuchar a Mario Carrillo, hijo del mas grande bohemio costachiquense: Álvaro Carrillo Alarcón. Sin duda alguna Mario asume de manera cabal el enorme compromiso que lleva a cuestas; pero además lleva toda la carga sensitiva de su padre y algo mas; un sentimiento apegado a sus raíces que viene de las fibras mas íntimas de nuestra región. Si a esto sumamos la interacción desatada con Ricardo Ochoa, la resultante es un producto sumamente fresco y añejo al mismo tiempo, extraño, como todo lo valioso, sumamente interesante porque está reactualizando nuestra cultura musical en una síntesis original, alegre y sublime al mismo tiempo, que rompe con la dicotomía entre tradición o modernidad.: me refiero al disco compacto “Con sabor a mi padre” que contiene once temas conocidos de Álvaro, cuatro de Mario y una versión en inglés de Sabor a mí.
Hablar de Álvaro Carrillo es hablar de la Costa Chica. Álvaro se ha vuelto, desde hace mucho tiempo ya, referencia obligada de cualquier persona que haya nacido en Costa Chica o que se identifique con ella. Prácticamente podemos decir que Álvaro está y se pasea entre nosotros, en la tierra nuestra, porque como dice él “Imaginé a mi tierra como a una mujer, como si le estuviera hablando frente a frente. Le dije: No tú nunca mueres, porque estás bullente en los cascabeles de tus tradiciones, porque hasta el brebaje de tus aguardientes deja gotas chulas para mis canciones, Si no que lo diga la alegra chilena que es entre tus sones, el arpegio cumbre que bailan los dioses, Aquí en el Olimpo de mis pretensiones”; o sea vive en lo que describe; no pertenece a un pasado muerto, porque se está reactualizando permanentemente; se está reiterando vivo en el presente; y en contra de lo que se pudiera pensar acerca del “olvido de lo nuestro”, observamos un movimiento musical renovado, que está reiterando lo que quería el Ingeniero Álvaro respecto a que “…se restañen tus arterias rotas…”. Carrillo está actuando como un agente aglutinador, contribuyendo a la formación de una identidad costeña, porque si algo nos distingue es precisamente la alegría del baile chilenero y del sentimiento íntimo que impregna Carrillo. Eso que se lleva en las espaldas nuestros jóvenes que se han visto obligados a emigrar a los Estados Unidos.
Y aquí entra el papel renovador de Mario. Con un cantar bien ponderado y colocando todo el sentimiento en cada frase, aparecen las formas culturales descritas tal cual todavía se acostumbran en nuestro rumbo, con expresiones de los amores y las exigencias de siempre ( Cúmpleme tu palabra chiquita); de las chilenas tan hermosas como El Amuleto o El pájaro rengo (negra, dame tus ojitos…) y de toda la fuerza y la carga poética de canciones como El Andariego, Cancionero, Luz de luna, Sabor a mí, entre otras. Mario aquí nos entrega cuatro composiciones, develando su vena poética, con canciones de un equilibrio bien logrado en letra (son tus ojos mar y marejada) y cuya música hay que escuchar. Algo muy importante como evidente es que Mario se asume como costeño, pues en algún momento grita Que viva Oaxaca y arriba la Costa Chica, en un acto de afirmación, pero también de reconocimiento del valor que significa pertenecer a un estado (tal vez el mas pluricultural) y a una región única en el país, por la coexistencia de complejos y formas culturales indígenas, mestizas y negras.
En el disco hay una propuesta-fusión entre los seres de Mario Carrillo y Ricardo Ochoa. Ricardo me parece, en dos o tres palabras cruzadas, una de esas existencias que no recorre el mundo, sino es un mundo recorrido. El interés mostrado por las formas culturales de la región lo ilustra. No es casual que uno de los objetivos de esta misión sea precisamente redescubrir esas raíces y esencias de las cuales bebió y se embebió Álvaro. El aporte de Ricardo al disco es al igual impresionante. Su virtuosismo en la guitarra hace despertar las potencias mas íntimas y enmarcar de una forma inigualable, todo el sentimiento de las letras de Álvaro y Mario. La fusión entre el sonido acústico de la guitarra que pulsa Mario y la guitarra eléctrica de Ricardo, produce algo sumamente original. Ricardo no “toca” a la guitarra; él mismo de deja tocar por ella y entrega en cada contacto, un sinfín de pulsaciones. Se pasea de una manera elegante por todo el diapasón y disfruta de esa incursión, arrojando a su alrededor sonidos multicolores llenos de esencias de muchos lugares y de muchos tiempos. La propuesta es una fusión entre lo local y lo global. Y esa fusión mantuvo a la expectativa y exaltada a la población de Huazolotitlán y a los músicos chileneros venidos desde Putla de Guerrero, Jamiltepec, Pinotepa de Don Luis y Huaxpaltepec, Oaxaca. Tengo la certeza que Mario y Ricardo van a ser tema de conversación durante mucho tiempo, pero sobre todo, con lo que están demostrando, ofrecen un ejemplo a la juventud sobre lo que es posible y deseable y a toda la población sobre la necesidad de reiterar la tradición aceptando la pluriculturalidad.
Publicado en OPINIÓN. No. 5, 4 de mayo 2004, Pinotepa Nacional, Oaxaca.
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