Por: Francisco Ziga
He decidido, después de leer la obra de Daniela Steck abordar un breve comentario no directamente sobre los textos que nos presenta tan bien documentados y con una redacción bastante clara y diáfana, sino mas bien de algo que a veces juzgamos como la parte que va equilibrando el texto y la imaginación, que es el arte gráfico. Al libro de Danny lo podemos imaginar, utilizando una figura retórica tal vez limitada en su sentido, como una gran ventana por la que nos podemos asomar, viendo lo que vemos a través de los ojos de Daniela.
De manera especial han llamado poderosamente mi atención una secuencia de tres fotografías del templo y sus alrededores. La primera de ellas, ubicada en la página 67, que fue tomada en 1875; la segunda en la página 88, tomada 27 años después, en 1902, y la última, en la página 99, tomada en 1903. En el libro, están maravillosamente reunidos estos tres gráficos que uno bien los puede imaginar también como ventanas, como objetos que, acercándose adecuadamente a ellos nos permitan asomarnos por un mundo desconocido.
Pero también hay, aparte, otras formas de imaginarlas; uno, sobrevolando las fotografías y posicionándonos con la mente alerta, en la época en que fueron tomadas, para lo cual es imprescindible estudiar el texto y, dos, en una especie de zoom, o acercamiento gradual, de las cosas-objeto a las gentes allí presentes.
Pienso que la consideración en secuencia también es una forma de “ver” dinámica, distinguiendo del “mirar” estático. Las figuras de las ventanas, el sobrevuelo y los acercamientos nos permiten dar al interior de las almas de los artistas, reuniendo en este caso a las fotógrafas o los fotógrafos (no sabemos); y mucho mas, uno se puede perder, entrando por un intersticio, en los laberintos de la verdad que los artistas ponen a descubierto, en la multiplicidad de interpretaciones que logra despertar en esta especie de contemplación de las fotografías en una combinación estrecha con el texto.
Pero las fotografías en sí mismas no son nada sin la contemplación que permite su resucitación, en donde seguramente aparecen cosas que los fotógrafos no se imaginaron, puesto que cuando tomaron las fotografías nunca sospecharon que Daniela las colocaría, para fortuna nuestra, en este libro que ahora les presentamos. Hay otro misterio en las fotografías, porque seguramente quedarán soterradas a la reinterpretación, cosas que los fotógrafos quisieron hacer ver, o sus motivaciones por tratarse de su pueblo, por ser viajeros incansables o por los motivos mas lejanos. Ese es un secreto en el arte fotográfico y también su riqueza.
La foto de 1875 mas bien parece un daguerrotipo. Tomada desde un lugar cercano al cementerio, podemos observar tres planos definidos: en el tercer plano, al fondo, aparece y emerge la majestuosidad del templo con su techo de tejas, su torre central y sin cúpulas; en la foto, el templo “abre un mundo” y lo entona; abre y delimita un espacio, el espacio del templo, sin el cual solo aparece la naturaleza. También aparecen los relojes de sol y el edificio municipal, sede del poder político regional, con techo de tejas, con sus dimensiones actuales, pero sin su estilo arquitectónico. Imaginémonos en el centro de esa explanada, abriendo ese mundo a través de la ventana, recorriendo con la mirada nuestros alrededores y reconociéndolo. Un año después de haberse tomado nuestra foto, Porfirio Díaz es nombrado presidente de la República.
La foto de 1902, tomada también desde el cementerio, nos muestra un Jamiltepec cambiado. En pleno periodo porfirista, se nota la bonanza que se refleja en los cambios de las construcciones centrales. Es otro “mundo” el que se abre ante nosotros. La iglesia aparece ya con su cúpula principal y el palacio municipal con corredor de arcos en su actual estilo y en concordancia arquitectónica con el templo. Se notan unas construcciones al poniente de la explanada central, que bien podían tratarse de las casas de Don Dámaso Gómez, el español mas próspero de la región.
La tercer foto, la de 1903, es un portento. La celebración es un baile infantil efectuado en el mes de febrero, posiblemente en el marco de la fiesta de la Virgen de Los Remedios. Fue tomada desde la esquina oriente del Palacio Municipal, donde se encontraba antes la “mona de piedra” y tiene como fondo el templo y los relojes de sol.
El templo se advierte con algunas grietas, producto de los sismos de los últimos años del siglo XIX. 26 indígenas están apostados en la parte superior del templo. Es extraño verlos con sus sobreros estilo Zapata y con un cotón un tanto diferente al actual. Parados, casi al pie del templo aparece el otro contingente. 16 niñas y siete niños forman la fila delantera y llevan los mas extraños trajes, todos vestidos al estilo de la época; llama la atención una niña con su huipil malacatero y su pozahuanco, colocada casi al pie del reloj de sol. En segunda hilera de derecha a izquierda, aparece alguien que por su indumentaria puede ser de Ixtayutla; luego unos hombres de saco que bien pudieran ser funcionarios de la Jefatura Política y la Presidencia Municipal; enseguida unas mujeres mestizas que son posiblemente las madres de los niños; luego dos funcionarios, posiblemente Rurales con sus hombres armados y finalmente unas mujeres mestizas sentadas, que por los rebozos, serán de algún grupo de “pastores”. Al fondo hay exclusivamente indígenas con su cotón de cuello redondo y unos con sombreros blancos y otros negros, todos de estilo Zapata. No hay morenos, a excepción de la niña que está apostada en tercer orden de derecha a izquierda. Los personajes mas importantes parecen ser el Presidente Municipal y el Jefe Político, que apareados, se hacen acompañar de algunas de sus gentes. Algunos tratan de sonreír a la cámara; otros de atrás se asoman sobre los hombros de los de adelante, en una especie de estupor; otros parecen incrédulos; todas las mujeres son serias; la mayoría de los niños miran a la cámara y otros muestran indiferencia. Solo la niña morena parece esbozar una sonrisa; los demás tienen mas bien un dejo de melancolía y una niña aparentemente llora. Parece que se trata de una procesión de la Virgen de los Remedios, pues se observa algo como una imagen sobre las cabezas de los asistentes y la niña morena aparenta llevar en la mano una vela prendida.
Este sobrevuelo de las dos primeras fotos y el zoom efectuado sobre la última, nos conduce de las cosas u objetos como la arquitectura, que nos abre un mundo, a las gentes situadas junto al templo. Se abre aquí otro mundo de inicios del siglo XX en una sociedad jamiltepecana y sus alrededores, que muestran algunos sistemas de diferencias culturales y económicas. A partir de la tercera fotografía es posible una reconstrucción del sistema de relaciones sociales del Porfiriato.
El libro no se detiene allí. En la contemplación de los gráficos, del que es rico el libro, se pueden reconstruir otras historias; imaginar lo acontecido; sobrevolarlas advirtiendo las transformaciones del poblado y sus costumbres; abrir otras ventanas sobre lo que es tan cercano, pero tan desconocido. Esa es una gran virtud del libro. Es como una invitación para no salirse por la puerta principal, como sería la costumbre, sino brincarse las ventanas y regresar por otras. La otra apuesta es jugar con el tiempo y no en el tiempo. Solamente así, con esa alma alerta se puede reconstruir nuestra historia, haciendo a un lado las representaciones construidas desde las visiones de mundos homogéneos y negadoras de la diversidad y la dignidad humana.
Publicación: 2/16/2007
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